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quinta-feira, 11 de julho de 2013

Modo Shuffle

Por Roberto Quintana | Especial 

Así amó, sin pasión, ausente de su propio cuerpo. Como si fuese máquina, bien dijo Chico Buarque. Se volvió de lado y estiró la mano, pero detuvo el gesto apenas recordó que Lidia no le permitía fumar en la cama, para qué comenzar una pelea el último día.

Siguió tirado boca arriba. Pegado a Construção irrumpieron los Beatles, con Yer Blues. Antes Barrio De Tango por Goyeneche y antes de eso Sting y Ella Fitzgerald, o al revés. Caprichos del iPod conectado en modo “shuffle” al equipo de sonido. Roberto nunca estuvo de acuerdo con esa forma anárquica de escuchar música, seguía prefiriendo el CD, lo tranquilizaba que las canciones se sucedieran en el orden correcto. Pero sabía que si lo dijera, Lidia lo acusaría de pensar como un viejo. Ambos habían conocido el disco analógico, sin embargo para ella, aún el digital ya era antiguo.

Lidia, la flaca Lidia, con la que habían bailado apretadísimos en una fiesta del colegio y de la que no había tenido noticias desde la graduación. Hasta que veinte años después, se reencontraron por casualidad en una conferencia y sin mediar palabra terminaron lo apenas insinuado en otra época. Roberto saliendo, muy a su pesar, de un matrimonio de más de quince años. Y Lidia, que ostentaba una larga lista de romances efímeros, pero estaba convencida de que esta vez, quería una relación sólida y duradera.

Mientras la miraba vestirse, las frases de Chico Buarque seguían sonando en su cabeza. Allí estaba, convertido en un paquete flácido después de tropezar en el cielo, igual que el obrero de la canción. Como en su adolescencia, cuando el lunes siguiente a la fiesta, vio a Lidia salir del colegio abrazada a Carlos, el de Sexto B, ese arrogante al que dos días atrás, entre risas, ambos habían apodado “El Príncipe Carlos”.

Por lo menos esta vez Lidia tuvo la decencia de comunicarle que se había enamorado de otro y que lo dejaba, pero que sería hermoso pasar esa última noche juntos. Roberto aceptó, al fin y al cabo eran gente civilizada. Ahora se daba cuenta de la torpeza cometida. Hubiera sido preferible una escena a los gritos, con reproches, portazos y lágrimas antes que ese último polvo melancólico.

Se asomó a la ventana y la vio cruzar la calle “con su paso tímido”, otra vez Chico Buarque, no había caso. Buscó el CD, lo colocó en la bandeja, apretó Play y encendió, ahora si, un cigarrillo. Terminó de escuchar el disco tirado en la cama. Todo sonaba en el orden correcto, sin sorpresas, en esa rutina que, antes de la llegada de Lidia, sentía como un bálsamo y que ahora podía disfrutar nuevamente. Pero ya no era lo mismo.

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